viernes, 18 de noviembre de 2016

Occidente y Oriente, los polos opuestos

La tendencia de nuestro mundo a polarizarse no es nada nuevo, aunque sí nos encontramos en un momento de máxima tensión entre los dos polos. La creación de una civilización occidental y otra oriental totalmente contrapuestas y alejadas en lo cultural y lo social no es más que un signo de la ceguera histórica que mantenemos los seres humanos. En el centro de esta radical separación se encuentra la religión: el cristianismo se convierte en el nexo de unión de los países occidentales, mientras que los países orientales concentran toda la población musulmana.

El afán por separar y dividir a los humanos ha provocado siempre conflictos a muchos niveles y grandes masacres por sustentar el poder del mundo.
Actualmente, las políticas de los diversos países del mundo parecen encaminarse hacia el encerramiento en las propias fronteras, haciendo hincapié cada vez más en los valores de las supuestas patrias, y con señas de identidad muy estructuradas que propician que el que no está dentro de esas líneas imaginarias divisoras de culturas es raro, extraño y no fiable; es el yo, el nosotros, contra el tú, el vosotros.

Esa política, apoyada por algunos medios de comunicación, claves en la transmisión de la información, es la que hace que los comportamientos sociales de los de un bando con el otro sean, cuanto menos, de cautelosos, cuando no directamente xenófobos.

Las medidas tomadas por Europa en una crisis migratoria que hacina a millones de personas atrapadas entre un pueblo en guerra y otro que les da la espalda; el triunfo en el icono del capitalismo de un millonario cuyo único objetivo es destruir la multiculturalidad salvando unos valores nacionales inventados por el mismo y construyendo para ello un gran muro que separe humanos o prohibiendo la entrada de personas por su religión en el país; la colocación de vallas con alambres para que aquellos que utilicen la tierra como modo de supervivencia mueran en el intento; el desarme moral de un proyecto de unión de países con fines supuestamente de libertad, igualdad y democracia y del que ya sólo queda una moneda en común para garantizar un puesto en el comercio internacional... todo ello nos dibuja un paisaje de división difícil de abordar pero sobre todo, difícil de cambiar.

Para poder formar a las personas en el odio, el rencor y la defensa de lo nuestro como lo mejor y lo normal,  el arma más poderosa que existe es el desconocimiento del más allá de nuestro ombligo. Así, en nuestra sociedad es normal que las personas no tengan muy claro qué pasa en oriente próximo, por qué hay guerras y quiénes se enfrentan, quiénes son terroristas y quiénes no...
Pero este desconocimiento va a más: los occidentales no sabemos distinguir entre suníes y chiíes, árabes y musulmanes o islámicos e islamistas. Si abrimos el vaso, metemos todos estos conceptos y mezclamos religión, política y cultura, cerramos y lo agitamos fuertemente... ya tenemos nuestro cóctel preparado: el racismo, la visión del otro polo como el mundo caótico lleno de malas personas porque no son como nosotros, que obviamente somos los buenos. La culminación del despotismo.

Desde luego un imperio acabará cayendo, el de la dignidad humana.





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