viernes, 30 de diciembre de 2016

Un 2016 pegados al móvil

Los memes, gifs, follows, retweets, likes, vines y stories guiaron nuestro día a día este 2016, y en gran medida.
Hicimos mannequin challenge, bailamos dab dances, y agotamos miles de megas cazando pokémon. Cámara frontal en mano nos hicimos miles de selfies, y las subimos a todos lados.
Criticamos el ascenso de Trump en Twitter, y le dimos a "me asombra" a la noticia de El Brexit. El año del desgobierno y la vergüenza política española quedó plasmado en nuestros comentarios, y ese jocoso chiste que hice sobre la forma de gobernar del ayuntamiento de turno fue el que más me gustas tuvo en aquel hilo del periódico local en facebook; toda una proeza.
Escribimos en el móvil "cuñadismo" y "populismo" unas cuantas veces, y me quejé sobre los dramas del primer mundo sentado en esta cómoda silla en mi blog.

El boomerang del brindis con los amigos no faltó cada sábado, y bien entrada la noche mandamos mil audios al grupo de whatsapp de los amigos para fardar de pedo y de cuerdas vocales.
Ardieron las redes cada día, con cada gesto, palabra o existencia misma.
Se nos recomendó un test por día para que hiciéramos click: "adivina de qué casa de Hogwarts eres", "con qué pokemon te identificas", "cómo de listo eres en geografía"; e incluso vimos millones de listas de "los 10 pueblos más bonitos de España", "los 20 consejos para maquillarte en un santiamén", o "las 15 islas más peligrosas del mundo", amén de esos titulares tan asombrosos como desconcertantes sobre "lo que le pasó al cocodrilo al final de esta historia te dejará de piedra". Perdimos mucho tiempo.

Cambiamos nuestra foto de perfil infinidad de veces para que el mundo viera todo lo que hacemos por las víctimas de atentados terroristas.
Nos quejamos de que la generación de nuestros padres sigue mandando cadenas de mala suerte por whatsapp, cosa "tan de los 2000..."
Escuchamos muchísima música en spotify, y decenas de series nos encandilaron en netflix y hbo; aunque los libros siempre en papel, que esa modernidad de leer en digital es demasiado.

Hubo muchos dramas en 2016, y nos quejamos de ellos insistentemente, diciéndole a Europa, por ejemplo, que viera esos vídeos que nosotros veíamos en redes sobre los refugiados, esos niños que escapan de guerras, esos cuerpos que caen al Mediterráneo, y joder, pasa al siguiente link que mi blogger preferida ha subido ya vídeo a Youtube.
Pusimos frases trascendentales con cada muerte que nos ha dado este año: Bowie, Castro, Cohen o Alan Rickman, y nos volvimos a cambiar la foto de perfil para sacar ese fan que siempre hemos sido de todos ellos.
Compartimos muchas canciones, pero sólo aquellas que queremos que los demás vean que escuchamos. Aunque también compartimos muchas grandes voces, normalmente de concursos, adjuntando emoticonos de asombro.
Nos han baneado, hemos hecho spoiler, y nos hemos desetiquetado de lo que no nos gustaba. Ese grano no me representa; o perfectos o nada.
Nuestro gato tiene más selfies que nosotros mismos, y el perro está hasta las orejas de que le hagamos vídeos mientras corre por el campo.
Nos cambiamos la cara millones de veces con nuestros amigos con ese filtro de snapchat, y al final no subiste el de la abejita que te cambia la voz porque te parecía demasiado.
Mandamos miles de fotos del sitio al que viajamos, e hicimos unas cuantas a los aviones a los que nos montamos. Y cada día de running y antes de la ducha compartimos con el mundo nuestra marca personal acompañada del icono del brazo fuertote.

Con cada hamburguesa o pizza que comimos, nos llamamos gordos cariñosamente en una storie, y a cada restaurante que fuimos se lo hicimos saber a todos. Siempre con sonrisas, con caras sonrojadas, o con flamencas.

Mañana alguien que ha sido persistente subirá a Instagram su 366 of 366, y tu muro se convertirá en una especie de postal navideña ficticia con quinientas felicitaciones.

2016, nos has dejado sin batería y con los pulgares temblando, espero que estés contento.
2017, haz que nos riamos más cara a cara, sin tanto vídeo viral de por medio.


viernes, 16 de diciembre de 2016

La otra cara de la estación de Otero

En un mundo sediento de titulares morbosos sobre los que volcar toda nuestra ira y reproche, aparecía hace no muchos días una noticia digna de provocar el enfado de los ciudadanos: el ministerio de fomento va a construir una estación de AVE en un pueblo de Zamora de veintiséis habitantes, infraestructura que nos va a saquear de las arcas públicas la friolera de 4,6 millones de euros, ¡para sólo veintiséis habitantes! ¡qué desfachatez!

La noticia corrió como la pólvora, y nadie entendía cómo a un pueblo donde no hay bar, de una provincia donde no hay juventud, pueda llegar la alta velocidad. ¿Para qué?
Claro que la noticia escondía muchos más entresijos, a lo que medios, y sobretodo lectores o espectadores no prestaron atención, o no querían prestarla.

Como ni yo soy un experto del tema, ni podría explicarlo medianamente bien, adjunto un link para navegar por el mundo del ferrocarril, los PAET y el por qué de una estación en Otero de Sanabria:


Al margen de las necesidades técnicas, surge en este debate un componente más: Otero tendrá estación porque no la tendrá Puebla de Sanabria, debido a su orografía montañosa. Esto significa que la estación no es para veintiséis personas, ni un capricho a "cuatro viejos". La estación dará cobijo a la zona noroeste de la provincia, Sanabria y Carballeda, al noreste de Portugal y al sur de Ourense y León.

Ni que decir tiene que todo este tumulto de voces y alardeo de derroche sólo es un encubierto desprecio por el desarrollo del mundo rural, por otro lado escaso, que profesan aquellos que desde las grandes ciudades tienen su movilidad cubierta, y no comprenden que las personas "provincianas" y de boina deban moverse de la lumbre de su hoguera. 

Sanabria es una comarca zamorana que separa esta provincia castellano leonesa de Galicia, bien conocida por su grandioso lago, fuente principal de ingresos de esta zona gracias al turismo.
Su evolución demográfica es alarmante, pasando de tener un censo de más de 33.000 habitantes en 1950 a 6.500 en la actualidad, con un elevado envejecimiento de su población y una tasa de natalidad ínfima, lo que augura un futuro de abandono y pérdida de localidades en no muchos años.
Sé que el futuro de San Román de Sanabria, Calabor, Villanueva de la Sierra o Vime no es motivo de preocupación en los grandes círculos ni en la política nacional porque no revierte en votos, pero los números hablan, y las pequeñas provincias del interior os están gritando que la desaparición del campo está a la vuelta de la esquina.

Por eso, Sanabria, cuya economía está prácticamente basada en el turismo (más de 600.000 visitantes al año), merece como cualquier otro sitio, y sin tanta mofa, comunicarse con el país, enseñar al mundo su pequeño paraíso y levantar la dignidad de una parte de la población que aunque anciana, intenta luchar por la tierra que nos ha mantenido con vida, pese a tantas adversidades.