miércoles, 21 de marzo de 2018

El día que se juzgó a Ana Julia por asesina, inmigrante y negra

Siempre hemos sabido que parte del éxito de las redes sociales es la distancia física con el resto de personas con las que interactuamos, lo que nos concede un margen para decir o mostrar lo que queramos sin la necesidad de dar explicaciones sobre ello en un corto plazo; si utilizamos el anonimato ni te cuento.
Realmente es una manera muy eficaz de dar rienda suelta a las cosas que se nos pasan por la cabeza y que parezca que no tiene consecuencias: con un click apagamos la realidad virtual y volvemos al cauto mundo real en el que expresar absolutamente todo lo que piensas pasa por la respuesta inmediata de quien te rodea, por lo que hay que pensar un poco más o ser políticamente correcto. No se si somos lo que mostramos en facebook, lo que hablamos mientras tomamos una caña o una mezcla de ambos.

Desde luego estos días hemos quedado retratados. Millones de comentarios racistas, misóginos y absurdos en contra de la inmigración han pululado por Internet avalados por el resto de usuarios y con un feedback bestial en hilos de medios de comunicación supuestamente serios y neutros sedientos de visitas y morbo.
Y no. No soy un insensible al que no le ha dado pena la muerte del pobre Gabriel (aclaro esto porque en la última semana en cuanto juzgas según qué comentarios te llaman inhumano o escoria).

Solo hace falta pensar con un poco de objetividad para darte cuenta que la pena de muerte o la prisión permanente hace que retrocedamos siglos en valores democráticos y yo estos días he visto a mucha gente pidiendo, firmando y exigiendo condenas así. 
Puedo entender que ante un hecho como este y en una constante avalancha de información florezca el sentimiento de rabia pero no puedo comprender que la subjetividad nos ciegue, que clamemos venganza y no justicia y me da mucho miedo que confundamos una cosa y la otra, que no sepamos distinguirlas. Hay que ser consciente de que la justicia no es de aplicación personal, que es común y que la venganza se trata de una reprobación más por sentimiento.

Muy bien, apliquemos la prisión permanente: ¿a quién se la aplicamos? ¿Solo a Ana Julia y a aquellos casos que salten a la opinión pública?, es decir, ¿qué vara de medir utilizamos? ¿qué casos son tan graves como para justificar que una persona no se vaya a reinsertar jamás, los que se hablen en el programa de Ana Rosa? ¿Deciden los jueces que una persona va a ser mala y reincidente de por vida? Venga ya. Los jueces aplican justicia, no moral. Y resulta un tanto absurdo que la sociedad mezcle una cosa con la otra por un odio de tres días.

Leyendo muchos comentarios uno se pone a pensar que en la mente colectiva la percepción del delito es mayor solo por el hecho de que ella sea negra y su procedencia latinoamericana, como si eso fuera un agravante del propio delito. Para mucha gente ha sido la constatación empírica del prejuicio de la mujer latina que llega a "nuestra idílica nación" a cumplir el sueño de sacar el dinero de todo hombre viejo inocente que se encuentre por el camino.
Hemos vivido muchos juicios sociales paralelos a investigaciones jurídicas de este tipo, pero ninguno nos había llevado tan lejos como para estigmatizar de nuevo la condición de migrante de una persona y por la boca (dedos más bien) han salido pensamientos que no están bien para decir en público pero que realmente pertenecen a nuestro modo de ver la vida. España es la eterna "yo no soy racista pero...".
Se está pidiendo que Ana Julia cumpla condena en su país de procedencia, un modo de echarla de España para no pagar su estancia en la cárcel. Si no se ve la xenofobia que hay en este tipo de comentarios es porque la llevamos muy dentro. Nadie ha pedido una expulsión del país de "El Chicle", asesino confeso de Diana Quer, cuando la atrocidad es similar y no es por el delito en sí sino porque uno es un hombre español y la otra es una mujer extranjera, latina y ex-puta, clichés que ofrecen un plus al ideal común de que la inmigración es peligrosa y que, como mínimo, hay que tener cuidado. Se trata de una falacia que vende y que se retroalimenta con sucesos así, donde los medios de comunicación además nos han dejado claro en cada uno de sus artículos el origen de la asesina, tanto que al final todos hemos creído que ese dato era esencial para la investigación, que explicaba ciertas cosas.

Además hemos traspasado límites en la empatía. Ponerte en el lugar de otra persona no te da derecho a escribir una carta suplantando la identidad del pequeño "dirigida a sus padres desde el más allá": es cruel si el señor que lo hizo fue para darse a conocer profesionalmente y si no fue por ese motivo sigue siendo una invasión tremenda de la vida personal de un niño que ni siquiera está ya en este mundo. Estamos muy faltos de tacto y sensibilidad pero no de la viral sino de la real.

No voy a dar el discurso de que "es que sentimos más pena por un niño asesinado en España que por los miles y miles en Siria" porque, aunque sería certero decirlo, el mundo nos ha enseñado que cuanto más cerca pasa algo mayor apego genera en nosotros y se trata de algo más bien psicológico: sentimos más miedo si una atrocidad ocurre a nuestro alrededor no solo física si no también culturalmente que cuando es lejana.
Ojito, que a pesar de esto todos somos igualmente humanos y aunque la piel que nos recubre sea diferente el interior puede ser negro, blanco o gris para todos en cualquier momento de la vida, no nos olvidemos.








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