sábado, 26 de agosto de 2017

Terrorismo, inmigración y fronteras

Es curioso que los humanos nos consideremos dueños del suelo, de trozos de tierra, de parcelas con fronteras convencionales. Que hayamos convertido algo natural en artificial, fragmentado, como si el mundo desde arriba se viera con líneas que separan estados, pueblos o culturas, lo que en definitiva nos clasifica como personas distintas, nos convierte en seres diferentes, nos posiciona en contra de los que están al otro lado de un abismo imaginario.

El problema de todo esto es que, en consecuencia, el ser humano tiende a pensar sus ideas y las de "su grupo" como ciertas o más racionales, perdiendo así toda capacidad de empatía y análisis de razón más allá del "es que ellos son salvajes". La leyenda del salvaje viene de lejos, desde que la colonización hiciera a europeos superiores moralmente frente a territorios vírgenes en cuanto a lo que se consideraba modernización y justicia legal o divina (justicia o modernización entendida desde el prisma de su propia retina). Así, quien está fuera de las fronteras consideradas primermundistas está lejos de tener un discurso con validez.

Recordemos que la globalización ha superado esas fronteras pero parece ser que solo en materia tecnológica y económica. Este doble rasero muestra una cara bruta de los humanos: somos capaces de tener en nuestra mano el poder de unir el mundo y sin embargo cada día estamos más lejos, nos centramos más en lo que yo o mi entorno puede obtener que en constituir algo de mayor alcance y para un mayor beneficio común.

Que Dios, Alá o Buda me libren de justificar un ataque de cualquier tipo. Lo primero porque en el nombre de deidades abstractas se han masacrado nombres concretos con vidas, sueños y futuros de millones de clases y eso visto objetivamente es aterrador.
Lo segundo porque cualquier asesinato es injusto y eso no es rebatible.
Como tampoco es justo que la generalización nos convierta en pecadores a todos, en vez de buscar causas, soluciones e Historia en la que ahondar y de la que aprender.
Siguiendo en la línea de que cualquier asesinato es injusto, tenemos motivos suficientes para pensar que cuando se mata en nombre de la religión mostramos más miedo e ira que cuando se hace en nombre de otra causa, y sobretodo de otro valor, bien sea por cuestiones meramente personales o culturales o bien porque cada vez que se realiza un ataque terrorista (en occidente) nos abruman con información de todo tipo y sentimientos de miedo infundado y alarma crítica, que en última instancia provoca odio infundado, racismo y xenofobia en general.
Ojo, tan falaz es decir "todos los musulmanes son terroristas" como absurdo es comentar "yo conozco a un musulmán y es buena persona". Llevamos muchos días viendo un verdadero impulso de la islamofobia sin sentido, barbaridades como "es que cobraban pensiones españolas", "basta inmigración, que no entren en NUESTRO país" o "hay que atacar". La tendencia a confundir el número, las causas, las consecuencias y los ataques de la inmigración y los prejuicios sobre todo ser que no sea europeo nos mueven a pensar en invasiones masivas no solo físicas sino también sociales y culturales. El peligro de ello es que el odio profundiza y ataca nuestro sentido de la identidad y de la cohesión.

¿Seguro que la inmigración trae terrorismo? Tenemos una idea de la migración que tiene mucho que ver con un concepto psicológico: el locus de control. Es la percepción que tenemos sobre las causas de un acontecimiento. En este caso tendemos a pensar en la emigración por causas únicamente externas a nosotros, "se nos obliga a irnos", "aquí no hay nada que hacer", "España no ofrece" y en la inmigración por cuestiones meramente internas: razonamientos que tienen que ver con sus formas de ser, de pensar y de actuar en la vida, y una especie de maldad que les rodea.


El desconocimiento y el miedo cuando se unen son la peor arma.

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